REMOTOS RECUERDOS DE UN COOPERADOR PAULINO (SEGUNDA PARTE)

Cuando llegué, Santa Fe de Bogotá tenía un millón cuatrocientos mil habitantes, hoy ya casi no se sabe cuántos tiene.

Lejos de donde estoy queda Italia.

Se sabe, aun así, que, en algún momento, en Roma, el padre Renato Perino me preguntó si quería seguirlo. Me estaba contando, que había sido transferido a un lejano país suramericano, rodeado por dos grandes océanos. En aquella época el mundo era mucho más grande que hoy, ya que hoy los aviones vuelan a todas partes y lo han achicado de modo especial y espacial.

Me acordé de esto, ya que uno de los sacerdotes paulinos, hace poco, de forma inesperada, me pregunto si podía escribir algo de mi llegada a Colombia y,  como se dice que soy cooperador paulino, intentaré escribir algo.

Haciendo esforzados intentos como supuesto escritor, pero algo de memoria tengo,  me esforzaré para escribir algo como me ha sido gentilmente pedido. El motivo es que la Revista Cooperador Paulino cumple 72 años de actividad.

Conocí a los paulinos en Roma. Roma era otra historia. Como sabido que tiene antigua historia según cuentan, aun así, la Roma en la cual viví, acababa de salir de una desastrosa guerra y la hipótesis de dejarla podría ser bastante favorable.

Padre Renato Perino en nada era romano, como yo había nacido en el  Norte de Italia y sonriente me hizo saber que pretendía, al llegar a Colombia, crear y publicar en el país latinoamericano la Revista Familia Cristiana, de la cual, yo sería  el eventual diagramador.

A mi modo de ver, era una buena idea, pero mi traslado tenía que ser consultado primero con mi padre, una cuestión bastante complicada si se considera que mi duda siempre fue el  complicado nido rojizo en Italia donde yo había nacido. Y hablando de rojo, recuerdo el de la uva de mi plana tierra nativa, roja, de la cual se hace el vino.

Desde Roma, el padre Renato vino a visitar a mi padre Romeo.

El cual si era orgulloso de algo, era de su vino, y al llegar el padre Renato a mi ciudad natal lo primero que hizo mi padre fue disculparse porque tenía que bajar a la cantina.

La cantina, es un nicho subterráneo donde se hace el vino en Italia. Hay que señalar que en aquel entonces hacer vino en casa  era bastante normal en Italia;  mi  laborioso padre allí había elaborado el burbujeante vino Lambrusco, tan típico de la región emiliana donde nací.

Él quería que el padre Renato disfrutara de su vinícola producción. No fue fácil, destapó antes dos botellas después de haber analizado con el olfato el aroma del corcho, un ritual “según él” indispensable. Insatisfecho, al llegar a la tercera negra botella, (el vino Lambrusco debe ser protegido de la luz), encontró la botella adecuada y llegado al piso de arriba, ahora sí satisfecho, hizo probar el vino Lambrusco y hogareño al padre Renato.

Y dígase lo que se quiera, también el Lambrusco sabe hacer sus milagros ya que sin mucha dificultad mi padre le dio permiso al sacerdote de llevarme al lejano país que tiene por lado y lado los dos grandes mares: el Atlántico y el Pacifico: ¡¡Colombia!!

Ahora trato de decir algo acerca de lo que se llama literatura como me enseñaron antiguamente en cierta escuela. Hay distintas formas de contar algo, nos dicen los expertos; yo por ahora, las reduzco a dos por brevedad, una narrativa y otra simbólica; pero sea como sea, si en el escribir no se produce un poco de brillo en la trama, lo que queda son solo unas escuetas líneas.

Si esto es lo último que queda, espero ser disculpado y si poco sirve lo que escribo, siempre hay una efectiva solución: no publicar lo que se ha escrito. Escribir algo, aunque sea una breve nota, es una responsabilidad, en el sentido de que de algún modo debe armonizar lo escrito con el contenido de la Revista del Cooperador Paulino. Y de esto nace mi dificultad. Soy una persona alejada de los eventos del mundo y si bien agradezco la invitación, era necesario hacer primero este cauteloso preámbulo.

Con un anexo, no solo debe encajar lo que se escribe con el estilo de la revista, sino que también, por ser editada con espíritu católico, lo que se escribe, debe ser constructivo, edificante.

 Mientras escribía esta nota,  me puse a pensar en lo que acabo de escribir.

¿Hay que tener buena fe católica si uno está en la mitad de lo que también nos ha asaltado?

El Covid 19.

Aquí, forzosamente encerrado intentaré escribir algo que si no puede ser edificante,  por lo menos sea un tanto liviano para mis amigos paulinos.

Pero la precaución covidera, que acabo de escribir, sigue siendo válida.

(continúa).

Ah, hola

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