A medida que aumentaban sus conocimientos sobre la vida interna de la Iglesia, Santiago se interesaba cada vez más vivamente por el problema misionero y se abandonaba al fácil entusiasmo de los adolescentes por las empresas de los grandes apóstoles cuya vida leía ávidamente, como dice el mismo:
“De los doce a los dieciséis años leyó casi todos los días los Anales de la Propagación de la Fe y de la Santa Infancia; más tarde [leyó] publicaciones misioneras salesianas, de los Padres Blancos, del Instituto de la Consolata y de las Misiones Extranjeras de Milán. En el segundo año de bachillerato se inscribió a la Obra de la Propagación de la Fe y de la Santa Infancia, pagando la cuota respectiva. Le impresionaron las vidas de los grandes misioneros, que leyó abundantemente” (AD, 118).
el paso de una ocupación a otra
Para comprender cómo pudo leer tantas publicaciones misioneras —que no eran ciertamente sus únicas lecturas— aun no estando dotado de una particular agudeza que le permitiese defenderse en la clase sin dedicarse a fondo, debemos tener presente que desde aquella edad él acostumbraba a considerar como recreo “el paso de una ocupación a otra”, según aconsejara mucho más tarde a sus hijos. Debemos, pues, suponer que dedicaba a la lectura mucha parte del tiempo que sus compañeros empleaban en el juego y el paseo. Además, debían ser para él tiempos de largas lecturas los tres meses de vacaciones que transcurría cada año en su casa.¿
Ciertamente, no había peligro de que en los meses de vacaciones sus padres lo mimaran más que los superiores del seminario. El padre pretendía que participase en los trabajos agrícolas, aun cuando es de suponer que le asignara los que requerían menor esfuerzo, como apacentar el ganado, por ejemplo, dándole así la posibilidad de poder leer bastante y no comprometiendo al mismo tiempo su delicada salud. La madre, por su parte, sabía que a Santiago no le gustaban los nabos, y cuando estaba en casa… se los ponía con frecuencia, cocinándolos de diversas maneras. Evidentemente, aquella mujer enérgica no quería tener hijos melindrosos, aunque fueran sacerdotes.
Continuara…