Beato Santiago Alberione
EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
(Entrega 9ª)
Buen día, amigos lectores de nuestra revista “Cooperadores y Cooperadoras Paulinos”.
Continuando con el conocimiento de la obra escrita por nuestro fundador beato Santiago Alberione: “La mujer asociada al celo sacerdotal”, hoy con mucho gozo, le damos gracias a Dios por la participación de la mujer en la misión de la Iglesia.
Les deseo dar a conocer algunas misiones de algunas de ellas en la historia de la Iglesia.
En la Historia de la Iglesia
Sería muy interesante la historia de la mujer en la Iglesia Católica; esperemos que surja pronto quien la escriba. Aquí, callando sobre otras muchas, recordaré solo a la madre Elena Flavia Julia (256-330) y Fausta, la esposa de Constantino, el grande, que tuvieron buena parte en la libertad de la Iglesia y en su triunfo sobre el paganismo; Genoveva y Clotilde (475-545), mujer de Clodoveo (466-511), rey de los francos, a la que se debe la conversión del marido y el reino; Berta(†725): Inglaterra le es en gran parte deudora de la fe; Iarislaw y Lioba (†782), veneradas como misioneras en los países eslavos, germanos, húngaros. Son felices primicias del gran escuadrón de heroínas que en todos los siglos partieron junto al misionero para llevar la fe y la civilización en los países de Asia, África y Oceanía.
A tres mujeres están también unidos tres hechos que en la historia eclesiástica son de una importancia excepcional; el final de aquel periodo que fue causa de infinitos líos que por lo cual justamente recibió el nombre de exilio o esclavitud aviñonesa, es mérito insigne de santa Catalina de Siena (1343-1380), una mujer ante la cual se inclinan los incrédulos no menos que los católicos, mujer piadosísima, literata, hábil en política, pero que todo lo obtenía de las penitencias y la oración. El poder temporal de los papas, que, aun siendo ocasión de algunos males, trajo inmensas ventajas a la Iglesia, nos recuerda enseguida el nombre de la célebre Matilde de Canossa (1046-1115), su firmeza contra las viles ambiciones del emperador y la ayuda prestada al papa.
Luego tenemos a una humilde joven Pauline-Marie Jaricot (1799-1862), que crea la Obra de la Propagación de la fe, poniendo así las bases de un porvenir glorioso para la Iglesia y abriendo la época de oro de las misiones católicas.
Continuará…