UN APÓSTOL DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL
Luis Rolfo y Teófilo Pérez
(Entrega 33)
El paso decisivo de la generosidad
La tarde del 8 de diciembre de 1917, en una capillita de emergencia, tuvo lugar una ceremonia significativa: la primera profesión religiosa en público de cinco muchachos paulinos. José Giaccardo la describe con pespuntes hasta folclóricos: la habitación-capilla estaba “festoneada de azul y yedra”; ante la estatua de la Inmaculada, la pequeña comunidad desgranó sus devociones “con gozo, conmoción y filial afecto”; el “Padre amadísimo se puso roquete y estola, como el alcalde o el rey cuando efectúan actos oficiales de importancia usan el fajín”. La alocución se dirigió de modo especial a los que iban a profesar: “Nosotros hablamos con frecuencia de la necesidad de promover la buena prensa; ahora bien, muchos trabajan a favor de la buena prensa, dedicándole una parte de su tiempo y de sus energías: quién por el honor, quién por la ganancia, quién por gusto.
Nosotros no queremos trabajar ni por gusto, ni por el honor, ni por la ganancia, sino que buscamos a Dios por medio de la prensa. Y hay entre vosotros jóvenes que han decidido, no por insano sentimiento sino con pleno conocimiento de causa, consagrarse enteramente a Dios y a la buena prensa, y dedicarle todo su tiempo, su ingenio, sus fuerzas, su salud; y esta tarde, delante de todos, harán en mis manos sus votos. Los que se consagran enteramente a Dios son cuatro, y otro que hace el número cinco se consagra en esta hora a Dios en Novara… Este es, pues, un día histórico, la segunda fecha histórica de la Casa, que debe anotarse y recordarse junto con el día de la apertura, el día de san Bernardo de 1914. Sí, debe anotarse para que de aquí a unos siglos los que nos sucedan puedan conocer los humildes comienzos de la Casa.
No para gloria nuestra (nosotros somos unos pobres peones y debemos mantenernos en la humildad), sino para que se vea cómo Dios se sirve de los sujetos más despreciables y humildes para cumplir sus obras más grandes. No es mérito mío el haber abierto la Casa, sino de san Pablo… Desde el día de su fundación, nuestra Casa ha sufrido muchos embates… Todos, y yo en especial, fuimos acusados de ser ladrones, pero vosotros sabéis que no soy un ladrón porque pongo a vuestra disposición todo lo que tengo; fuimos denunciados al obispo, y se corrió serio peligro de tener que cerrar la Casa… Y yo sé que cada uno de vosotros, antes de entrar aquí, la ha oído criticar, y muchos han debido luchar realmente contra verdaderas y graves dificultades, y otras asimismo graves se cruzan en su vida.
Las tempestades son necesarias para hacernos humildes y recordar que sólo Dios es el Dueño: yo ruego al Señor que nos las mande más moradas aún. Y, pese a todo, hay jóvenes que se sienten llamados por Dios a esta misión, y sus vocaciones prosperan y se afirman: ésta es la señal más poderosa de la voluntad de Dios. Yo no lo dudo y vosotros tampoco lo dudáis” Después de un canto, una oración a san Pablo y otra a la Virgen María, el P. Alberione “bendijo a todos sus hijos, con la efusión de un padre tierno y amadísimo, y sus palabras y su rostro revelaban la dicha del hombre de Dios y una emoción muy sentida. Efectivamente, al darles las “buenas noches”, el “Señor Teólogo” les dijo que aquélla había sido una de las jornadas más bellas de su vida.
(Continuará).