EN LA ESCUELA DEL MAESTRO

Este mes de octubre que iniciamos, en la Familia Paulina trae a nuestra memoria y a nuestro empeño de santificación y de apostolado, el recuerdo de Aquel que nos ha llamado y da sentido a nuestra vocación: Jesucristo, el Divino Maestro. Como advierte nuestro Beato Fundador, en “Cristo Maestro” está algo más que un modo de invocar al Señor en la oración, es un elemento imprescindible de nuestra identidad y vocación paulina: “Demos gracias a la providencia de Dios que nos ha otorgado la inmensa riqueza de comprender cada vez mejor a Cristo. Aceptemos esta devoción con mucha humildad y amémosla cada vez más… Comprometámonos a lo que es indispensable, es decir, lo que constituye el espíritu y el alma del Instituto: vivir la devoción, que no significa sólo rezar, sino que abarca todos los aspectos de la vida diaria… No es una frase bonita ni tampoco un simple consejo: es la esencia de la Congregación; es ser o no ser paulinos. No caben digresiones” (Pr DM 73; cf Pr DM 80).

Invocar y reconocer en Jesucristo al Maestro divino, implica necesariamente reconocernos nosotros como sus discípulos. Hacer parte de la escuela de Jesucristo abarca todas nuestras facultades, pues la suya no es una simple enseñanza teórica o académica; su Evangelio es una propuesta de vida. Por eso, el mejor modo de honrar este mes a Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, consiste en procurar vivir según sus enseñanzas, sus ejemplos, su Evangelio. Configurarnos con Cristo, para ser buenos discípulos suyos, implica permitir que Él, como Verdad, ilumine nuestra inteligencia, como Camino, mueva nuestra voluntad a seguir su ejemplo, y como Vida, llene todas las fibras de nuestro sentimiento, y dé respuesta a los anhelos más profundos de nuestro corazón, que tiene necesidad y capacidad de amar y ser amado.

Pidamos al Maestro Divino que todos los miembros de la Familia Paulina, podamos crecer cada vez más en aquellos valores y actitudes que son propios de nuestro ser de discípulos: que sepamos escucharlo a Él, seguir el modelo de santidad que tenemos en Él, e identificarnos con Él, al estilo de san Pablo, su mejor intérprete, de manera que también podamos nosotros decir con el Apóstol: “estoy crucificado con Cristo, y vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19-20). “Para mí, el vivir es Cristo…” (Filp 1, 21).

Danilo A. Medina L., ssp.

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