El día 2 de febrero, la Iglesia nos invito a celebrar la Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén, que a su vez sirve de contexto litúrgico a la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que este año llega a su vigésima sexta versión. Recordemos que, según la enseñanza del Concilio Vaticano II, “los consejos evangélicos de la castidad consagrada a Dios, la pobreza y la obediencia, puesto que están fundados en las palabras y ejemplos del Señor y recomendados por los apóstoles, por los padres, doctores y pastores de la Iglesia, son un don divino que la Iglesia recibió del Señor, y que con su gracia conserva perpetuamente.” (LG, 43). Y en este mismo sentido, la vida consagrada, siendo “un estado cuya esencia está en la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de una manera indiscutible a su vida y santidad” (LG, 44).
Pertenecer a la vida y santidad de la Iglesia implica, más que un motivo de vanagloria o de soberbia, una gran responsabilidad, en la línea de secundar con nuestra entrega generosa la acción de Dios que está en el origen y fuente de nuestro ser y quehacer. En consonancia con el magisterio del Papa Francisco, los religiosos debemos ser artesanos de la sinodalidad, de comunión y participación, de misión al servicio del reinado de Dios, debemos ser agentes y promotores de la cultura del encuentro, para expresar con nuestra vida y nuestro compromiso apostólico el ser Iglesia en salida, que va a las periferias existenciales para comunicar el gozo del Evangelio.
En la historia y el carisma de la Familia Paulina, si bien se ha valorado y exaltado el rol protagónico de los laicos, representados en nuestros Cooperadores y Cooperadoras, y de alguna manera también presentes en la dimensión secular de nuestros Institutos agregados, no podemos desconocer la importancia que tiene la consagración religiosa, no solo en las Congregaciones, sino también en los Institutos agregados. Y esto, por voluntad del mismo Fundador, quien al narrar en tercera persona la historia carismática de la Familia Paulina escribía: “Pensaba al principio en una organización católica de escritores, técnicos, libreros, distribuidores católicos; y dar orientaciones, trabajo, espíritu de apostolado… Hacia 1910 dio un paso definitivo. Vio con mayor luz: escritores, técnicos, propagandistas, sí; pero religiosos y religiosas. Por una parte, conducir personas a la más alta perfección, la de quien practica también los consejos evangélicos, y al mérito de la vida apostólica. Por otra parte, dar más unidad, más estabilidad, más continuidad, más sobrenaturalidad al apostolado. Formar una organización, sí; pero religiosa; donde las fuerzas están unidas, donde la entrega es total, donde la doctrina será más pura. Una sociedad de personas que aman a Dios con toda la mente, fuerzas y corazón, se ofrecen a trabajar por la Iglesia, contentas con el salario divino:«Recibiréis cien veces más, y heredaréis la vida eterna».” (AD, 23-24).
Como Familia Paulina, aprovechemos este mes, y esta Jornada de la Vida Consagrada para valorar y renovar el fervor de nuestra vocación en la Iglesia.
P. Danilo Medina L., ssp,
superior provincial