PARA CONOCER AL BEATO SANTIAGO ALBERIONE – UNA FAMILIA COMO OTRAS MUCHAS

Volviendo con el pensamiento a los días de su infancia, el P. Santiago Alberione, cumplidos ya los setenta años, daba gracias a Dios por haber nacido en «una familia profundamente cristiana, labradora, proverbialmente laboriosa entre sus conocidos» .

Volviendo con el pensamiento a los días de su infancia, el P. Santiago Alberione, cumplidos ya los setenta años, daba gracias a Dios por haber nacido en «una familia profundamente cristiana, labradora, proverbialmente laboriosa entre sus conocidos»[1]. Una familia, pues, muy parecida a la gran mayoría de Las familias de su tierra y de su tiempo.

En ellas, la índole religiosa, tradicional incluso por el ejemplo recibido de la dinastía de los Saboya, soberanos mucho más amados que temidos, estaba asegurada por un clero en general docto y virtuoso, y se presentaba también respaldada, en la segunda mitad del siglo pasado, por una noble serie de santos de bastante renombre. Piénsese, por ejemplo, en san José Benito Cottolengo, compatriota de la familia de los Alberione; en san José Cafasso, ambos pasados apenas a la historia, y en santos que vivían aún al nacer el P. Alberione, como san Juan Bosco, que hacía hablar de sí como pocos otros hombres de su tierra, y en san Leonardo Murialdo, menos popular pero no menos admirable en sus iniciativas encaminadas principalmente a la instrucción de la juventud y a la creación de una sociología cristiana de vanguardia.

Ya ha podido darse cuenta el lector de que nos encontramos en Italia, y más exactamente en la región del Piamonte, sita al noroeste de la península italiana.

Aún hoy, quien recorre por primera vez las tierras de la región de Cúneo, no puede menos de quedarse impresionado por el número de pequeñas iglesias que cada grupo de casas quiso y supo erigir, con el pasar del tiempo, generalmente a orilla de los caminos, en testimonio de los favores recibidos por intercesión de la Virgen y de los santos más venerados en la zona.

La laboriosidad y la resistencia al cansancio de aquellas poblaciones, no muy dadas a fantasear y habitualmente pobres, era desde siempre una exigencia de supervivencia. El rigor del clima in vernal, las frecuentes guerras que privaban al campo de los mejores brazos, y las adversidades atmosféricas, especialmente la escarcha y el granizo, hacían del trabajo duro e inteligente una necesidad vital. Quien no aceptaba la ley del trabajo, se condenaba a la vida triste de la mendicidad y a. la conmiseración de todos.

Por eso, en cada familia, la regia fundamental para todos sus miembros aptos para cualquier actividad era la de ganarse el pan. Lo cual no resultaba empresa fácil, especialmente cuando los brazos aptos para el duro trabajo de la tierra eran pocos y las bocas que alimentar muchas, como sucedía en la familia de Miguel Alberione, cuando fue padre por quinta vez, después de que su primogénito muriera a las pocas horas de haberlo bautizado la comadrona.

Su mujer, Teresa Rosa Allocco, trece años más joven que él, le ayudaba como podía, dadas sus limitadas fuerzas físicas, sus frecuentes maternidades v las muchas molestias que habitualmente las acompañaban. Y sus hijos, Juvenal, de ocho años, Juan Ludovico de seis y Francisco de tres, por buena voluntad que tuvieran, no eran mucho más que una esperanza para el próximo porvenir de la familia.

Trabajaban una tierra que no les pertenecía, en la alquería llamada Nuove Peschiere, pago de San Lorenzo di Fossano. Hacía pocos años que habían llegado, y ya pensaban dejarla: señal de que no les había dado muchas satisfacciones. Miguel trataba de redondear, con una modesta compraventa de ganado, las ganancias de la agricultura: pero se quedaba siempre lejos de la cantidad necesaria para satisfacer el sueño que acariciaba de poder trabajar una tierra, incluso más pequeña, pero completamente suya.

[1] Santiago Alberione, Abundantes divitiae gratiae suae (“Las abundantes riquezas de su gracia”), historia carismática de la Familia paulina, Ediciones Paulinas, Alba 1971, n. 164. Hay edición en español, Bogotá 1975. Este opúsculo, que citaremos siempre con la sigla AD, contiene los recuerdos autobiográficos del P. Alberione, recuerdos que se le pidieron en 1953, cuando se pensó festejar con una publicación especial los cuarenta años de la Pía Sociedad San Pablo. El Fundador los puso por escrito, aprovechando el primer pedazo de papel que le vino a mano, de suerte que presentó al encargado de la imprenta un original que era realmente un muestrario de hojas de todos los formatos, gramajes y colores. Es inútil buscar en estos recuerdos un nexo 1ógico o un orden cronológico: aparte de unas pocas páginas mejor «pensadas», los recuerdos van cada uno por su cuenta, como la gente en la plaza de un mercado. La narración está hecha en tercera persona, como para alejarse más de la propia historia. Con todo, es el escrito más precioso y denso del P. Alberione.

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Cooperador Paulino
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