PARA CONOCER AL BEATO SANTIAGO ALBERIONE – UN APÓSTOL DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL (5ª ENTREGA)

Las rarísimas alusiones de Santiago Alberione al tiempo de su infancia nos permiten reconstruir tan sólo dos pequeños episodios, en los cuales se reflejan la religiosidad y laboriosidad, dotes que más apreciaba él en su familia.

Alegrías y lutos

El 25 de febrero de 1887, la familia de Miguel Alberione se vio alegrada por el nacimiento de la primera hijita, que recibió el nombre de Margarita, pero que murió cuando tenía solo año y medio, con gran dolor de todos, especialmente de la buena Teresa, condenada cada vez más a ser la única mujer en aquella casa con tantos hombres. Al preparar amorosamente el ataúd a la malograda niña, ya sabía Teresa que iba a ser madre por séptima vez, dentro de pocos meses: ¿sería otra Margarita, como deseaba?

No. Una vez más fracasaron sus esperanzas. Al recién llegado, último de los hijos Alberione, se le puso el nombre de Tomás, y es el único miembro de la familia que aun vive cuando se escriben estas líneas.

Las rarísimas alusiones de Santiago Alberione al tiempo de su infancia nos permiten reconstruir tan sólo dos pequeños episodios, en los cuales se reflejan la religiosidad y laboriosidad, dotes que más apreciaba él en su familia.

Para el primero de los episodios, hemos de imaginarnos una era, tostada por el sol, y un par de vacas que cucan de improviso, a causa del calor o de los muchos tábanos que les chupan la sangre, y arrollan en su carrera a un niño que se halla incautamente en su camino. Ante aquella escena, Teresa lanza una invocación a la Virgen de las Flores y se tapa los ojos con las manos para no ver lo que va a pasar. Pero cuando el ruido se ha alejado y ella vuelve a abrir los ojos, contempla asombrada al pequeño, asustado y lloroso pero ileso. El P. Alberione recordaba este episodio para encarecer la fe sencilla del labrador.

Para el segundo suceso, en cambio, debemos pensar en una sementera excepcionalmente seca o excepcionalmente lluviosa: el hecho es que los campesinos tienen que cubrir con la azada al menos una parte del grano que acostumbraban a cubrir con la grada, multiplicándose así las horas de trabajo. Los Alberione, para no retrasar excesivamente la siembra, deben dedicar al duro trabajo incluso las primeras horas de las noches otoñales. Así que todos los miembros aptos para sostener la azada, muy cerca el uno del otro, trabajan a buen ritmo en la oscuridad, mientras el pequeño Santiago, delante de ellos, sostiene un farol de petróleo que ilumina escasamente pocos metros cuadrados de tierra y retrocede a medida que avanzan los trabajadores. Pero está cansado y con sueño y sin darse cuenta se vuelve hacia todas partes, dejando a los trabajadores a oscuras; y la madre, tal vez para librarle de los reproches más duros de Miguel, se ve precisada a llamarle a menudo la atención, repitiéndole: «Santi, ¡alumbra!»

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Cooperador Paulino
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