La exhortación del apóstol Pablo que nos invita a estar alegres en la esperanza (cf. Rm 12, 12), representa muy bien dos de las particulares actitudes que deben caracterizarnos como creyentes en este tiempo de Adviento que estamos viviendo desde el inicio de este mes de diciembre. En efecto, la alegría y la esperanza son virtudes eminentemente cristianas, que nos acompañan en el camino de preparación a la Navidad.
Alegría
Porque las promesas de Dios se cumplen: un Salvador vino hace más de dos mil años y, al asumir nuestra naturaleza humana, la redimió de la esclavitud de la muerte y del pecado, trayendo consigo libertad y vida para la humanidad entera. Alegría, porque ese mismo Mesías que vino ya, sigue viniendo a nuestro encuentro, y se hace compañero de camino, pues es el Dios-con-nosotros anunciado por los Profetas (cf. Is 7, 14). Y alegría también, porque el Señor que vino y sigue viniendo, vendrá nuevamente al final de los tiempos con poder y gloria, para dar plenitud a la historia, y para conducir a la humanidad a su destino eterno en el Reinado de Dios.
Esperanza
Porque es la actitud propia de quien aguarda algo maravilloso que está por suceder. Y la Navidad que nos preparamos a celebrar, es un acontecimiento que trae consigo los beneficios del Salvador, por lo cual los creyentes aprovechamos este tiempo de Adviento para renovar nuestra esperanza, asumiéndola no como actitud pasiva, sino dinámica y comprometedora, pues la esperanza cristiana nos impulsa a “preparar los caminos del Señor” (cf. Mc 1, 3), y ser, al estilo de Juan el Bautista, precursores del Salvador que viene a restaurarlo todo. Como Familia Paulina participemos activamente en este camino de toda la Iglesia que, con su misión evangelizadora, dispone a la humanidad para acoger al Mesías y su Buena Nueva de salvación y de paz.
P. Danilo Medina
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