PARA CONOCER AL BEATO SANTIAGO ALBERIONE UN APÓSTOL DE LA COMUNICACIÓN

Como todas las seminaristas, Santiago transcurría en casa los tres meses de vacaciones veraniegas. Ahora que llegaba ya con la sotana y la gravedad del sacerdote hecho y derecho, los familiares lo trataban con el respeto que reservaban a todos los sacerdotes. Se alegraban de que se uniese a ellos en el trabajo de los campos, tan abundante en los meses veraniegos; pero se alegraban igualmente de que se tomase el tiempo necesario para rezar y estudiar, como reque ría su estado.

Por esta razón, restringiendo el espacio destinado a los aposentos de la familia, le hablan preparado en el primer piso de la casa una habitación con una cama y una mesita. Allí podía retirarse cuando y cuanto quería sin que le molestase nadie. Cada mañana recorría los cuatro kilómetros que le separaban de Cherasco para oír misa y comulgar, con un porte que sus paisanos recordaban todavía como excepcional después de decenas de años. Con el fin de prolongar la oración, procuraba llegar antes de la hora fijada para el rito litúrgico. Por la tarde, a una hora determinada, volvía a la iglesia para la adoración del Santísimo Sacramento, o bien cumplía con esta práctica en su habitación, dirigiendo la mirada hacia el campanario lejano.

Las vacaciones eran para él un reposo más simbólico que real. Aparte de su modesta aportación a los bajos agrícolas, la oración, el estudio y especialmente las muchas lecturas llenaban abundantemente sus días. El mismo dirá que durante las vacaciones les más que durante el curso.

Sus relaciones con los familiares estaban reguladas por la caridad que practicaba con todos, por un profundo afecto a su madre y por una expansión bastante limitada con los hermanos, pero especialmente con su padre, hacia quien conservaba una cierta frialdad por razones que desconocemos. El pobre Miguel, envejecido precozmente, inhábil ya para el trabajo, necesitado de atenciones que pesaban no poco en el balance familiar, se había vuelto hosco. Los cuidados no le ayudaron; su salud decliné cada vez mis y le llegó la muerte el 26 de noviembre de 1904, en la misma fecha en que, muchos años más tarde, moriría también el P. Alberione.

La ausencia del padre aflojó todavía más los vínculos, no demasiado fuertes, que mantenían unido al clérigo Alberione con su familia. Lo demuestra el hecho de que uno de aquellos años, volviendo a casa, encontró a una cuñada de la que nunca había tenido noticia: aunque su familia distase del seminario solo veinte kilómetros, uno de los hermanos se había prometido y casado sin que Santiago tuviera el menor barrunto.

 

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Cooperador Paulino
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