5.2 Escuchen sus filacterias y alargan los flecos del manto Mc 23,5
La falta de esta autoridad en los escribas y fariseos, que en el proyecto de la Revelación ya se ha transferido a Jesús y a su Palabra, explica por qué con frecuencia los evangelios subrayan que Jesús “les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mt 7, 29; Mc 1, 22; Lc 4, 32).
Con esta anotación, la tradición religiosa de Israel, es dirigida por Jesús a su pureza originaria. Esta misma anotación (con las que seguirán) nos orienta a comprender cuál sea la manera definitiva cómo Jesús forma y orienta, como Maestro/Sabio/Intérprete.
Las filacterias (del griego phylasso, “custodiar”) son dos estuches de cuero negro que encerraban algunos importantes textos de la Biblia (como Ex 13, 1-10.11-16; Dt 6, 49; 11, 13-21), recitados cada mañana junto con la oración del Shemá Israel (“Escucha Israel”). Por esto los Hebreos les gusta llamarlos tephillìn (es decir “oraciones”). Durante la oración estos estuches se colocan en la frente y en el brazo izquierdo con correas de cuero.
Las franjas (en hebreo, zizit) son cuatro fajas que descienden de los ángulos de la mantilla (llamado tallit o talled) que se colocan los hebreos mientras oran. Tienen cordones tejidos y con nudos, que antiguamente llevaban al interno un hilo de color morado, que debía recordar al fiel israelita “todos los mandamientos del Señor” (Nm 15, 39). Hoy día los hebreos observantes llevan estas franjas en la extremidad como de un pequeño escapulario (llamado precisamente “cuatro ángulos”, en hebreo arbá kanfot), que usan debajo del hábito.
La novedad, aportada por Cristo, se refiere sobre todo a la interioridad de la práctica religiosa. Es lo que la Biblia ha siempre llamado con el término “corazón”, colocando en él los elementos más amados por la espiritualidad de los salmos: conviene “circuncidar el corazón”, conviene pedir “un corazón nuevo, un espíritu nuevo”, conviene presentarse al Señor con un “corazón contrito y humillado”, que Dios “no desprecia” (Cf. Sal 51).
También la espiritualidad, propuesta por el beato Alberione, invita a tener un “corazón penitente” y “vivir en continua conversión”.
Jesús, en su calidad de maestro/interprete de la Ley reenvía a esta interioridad del “corazón”, cuando afirma: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8), a diferencia de quien veía esta “pureza” en la sola observancia exterior y en los ornamentos de las vestiduras rituales que fueran bien visibles y ostentosas.
(Continuará)