Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
El Papa Francisco en sus saludos después del rezo mariano del Regina Coeli, renovó sus augurios pascuales y agradeció a aquellos que le han enviado mensajes de cercanía y oración, y deseó asimismo, que les llegue el don de la paz del Señor Resucitado, y que llegue allí donde hay más necesidad: a las poblaciones devastadas por la guerra, el hambre y cualquier forma de opresión.
Hoy lunes de la Octava de Pascua
Hoy, lunes de la Octava de Pascua, el Evangelio (cf. Mt 28,8-15) nos muestra la alegría de las mujeres por la resurrección de Jesús: ellas, dice el texto, salieron del sepulcro con «gran alegría» y «fueron corriendo a contarlo a sus discípulos» (v. 8). Esta alegría, nacida del encuentro vivo con el Resucitado, es una emoción desbordante, que las impulsa a difundir y contar lo que han visto.
Y nosotros dijo el Papa Francisco, desde nuestro bautismo, podemos celebrar la alegría de la Resurrección, podemos encontrar al Resucitado y Él, como a ellas, nos dice: «¡No teman!». Y si Jesús, vencedor del pecado, del miedo y de la muerte, nos dice que no temamos, entonces, nos anima el Papa a no tener miedo, no nos aplanemos en una vida sin esperanza, no renunciemos a la alegría de la Pascua. Al contrario, animó, alimentemos la alegría de Jesús, que es el motor de la vida. Y esta alegría, nos confió el Pontífice, la podemos alimentar día a día, encontrando al Resucitado, porque Él es la fuente de una alegría que nunca se extingue. Lo encontramos en la Eucaristía, en su perdón, en la oración y en la caridad vivida, anunciándolo, dando testimonio. Anunciemos esta alegría, exaltó Francisco, dando testimonio de ella. Porque la alegría, cuando se comparte, aumenta.
La alegría de compartir la Resurrección
Compartir la alegría es una experiencia maravillosa, que aprendemos desde muy pequeños: pensemos, dijo el Papa, en un niño que obtiene una buena calificación en la escuela y no ve la hora de mostrársela a sus padres, o en un joven que logra su primer éxito deportivo, o en una familia en la que nace un hijo. Intentemos recordar, cada uno de nosotros, un momento tan feliz que incluso nos costó expresarlo con palabras, ¡pero que quisimos contar enseguida a todo el mundo!
Aquí, las mujeres, en la mañana de Pascua, experimentan esto, pero de una manera mucho mayor. ¿Por qué? Porque la resurrección de Jesús no es sólo una noticia maravillosa o el final feliz de una historia, sino algo que cambia nuestras vidas por completo y para siempre.
“Es la victoria de la vida sobre la muerte, de la esperanza sobre el desánimo. Jesús ha traspasado la oscuridad de la tumba y vive para siempre: su presencia puede llenar todo de luz. Con Él cada día se convierte en la etapa de un viaje eterno, cada «hoy» puede esperar un «mañana», cada final un nuevo comienzo, cada instante se proyecta más allá de los límites del tiempo, hacia la eternidad”.
Tomado de VaticanNews