Hasta hace muy poco tiempo, la Inteligencia Artificial (IA) sólo era un tema de la ciencia ficción. En los últimos años, cuando apenas el mundo había tomado conciencia de la revolución generada por la Internet y las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y, podríamos decir que –gracias a la Pandemia del COVID-19–, tuvo necesidad de “reinventarse” haciendo uso de los instrumentos ofrecidos por los adelantos tecnológicos, de una forma aún más vertiginosa, fue testigo de cómo los más diversos sectores (educación, salud, transporte comunicaciones, etc.), comenzaban a verse afectados por la IA. Pero, en concreto, ¿qué es la IA y cuáles son sus aportes a los actuales contextos de la humanidad?
Fabio Morandín define la IA como:
la capacidad de una máquina o sistema informático para simular y realizar tareas que normalmente requerirían inteligencia humana, como el razonamiento lógico, el aprendizaje y la resolución de problemas. La inteligencia artificial se basa en el uso de algoritmos y tecnologías de aprendizaje automático para dar a las máquinas la capacidad de aplicar ciertas habilidades cognitivas y realizar tareas por sí mismas de manera autónoma o semiautónoma[1].
Entre los diversos tipos de IA, hoy por hoy, se distinguen sistemas que piensan y/o que actúan como humanos, orientados no solamente a la realización de tareas propias de las personas sino también a emular su pensamiento lógico racional (es el caso de los robots y agentes inteligentes). Así mismo se conocen aplicaciones prácticas a las cuales, cada vez más usuarios, tenemos acceso en nuestras tareas cotidianas: detección facial de los dispositivos, asistentes virtuales de voz e incluso aplicaciones para móviles, orientadas a facilitar la realización de determinadas actividades o a apoyar ciertos aprendizajes.
En su mensaje para la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa Francisco, al tiempo que pone evidencia el asombro que suscitan estos avances y que podría oscilar entre el entusiasmo y la desorientación, se pregunta: ¿Cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural en curso? Naturalmente, una de las preocupaciones de la Iglesia en estos tiempos tiene que ver con la forma en que nos relacionamos y la pérdida de ciertos valores como el respeto y la dignidad del ser humano. La pregunta no es menos importante si se tienen en cuenta las profundas consecuencias que ha dejado el mal uso (y el “abuso”) de las TIC, en los distintos ámbitos de la sociedad, afectando de manera particular a jóvenes, adolescentes y niños cada vez a más temprana edad.
No obstante, la respuesta adecuada ante los cambios no ha sido ni puede ser la de “satanizar” los instrumentos que dichos avances ponen a nuestra disposición. En este sentido, el romano Pontífice, citando a Romano Guardini, invita a “evitar la rigidez ante lo nuevo intentando conservar un mundo de infinita belleza que está a punto de desaparecer”. No se trata tampoco de despreciar el pasado por pensar que lo nuevo es mejor. El desafío es asignar a cada nuevo descubrimiento su justo valor, sin perder aquello que, en medio de las grandes revoluciones, sigue siendo la esencia del ser humano: su capacidad de relacionarse y de trascender.
Por eso –continúa el Papa–, “esta época corre el riesgo de ser rica en tecnología y pobre en humanidad, nuestra reflexión sólo puede partir del corazón humano para conquistar la verdadera sabiduría”. En esta perspectiva, resulta evidente que sólo sobre la base de una sabiduría nacida del corazón y provisto de una mirada espiritual, el ser humano podrá interpretar la novedad de este tiempo y redescubrir el camino de una comunicación plenamente humana. Ciertamente es un ideal que puede, como tantos otros, quedarse en un bonito slogan, que para este caso sería: “crecer juntos en humanidad y como humanidad”. Conviene entonces preguntarse ¿el hombre y la mujer de hoy se sirven verdaderamente de los avances científicos o, por el contrario, se ponen a su servicio, al punto de volverse sus esclavos?
Como quiera que sea, una reflexión en torno a las potencialidades, riesgos y patologías de dichos avances resulta imprescindible. Y más concretamente, es necesario entender hasta qué punto el uso de la IA podría contribuir positivamente en el campo de la comunicación o, por el contrario, generar nuevas formas de explotación y desigualdad. El Papa insiste en que “las máquinas poseen una capacidad inconmensurablemente mayor que los humanos para almacenar datos y correlacionarlos entre sí, pero corresponde al hombre descifrar el significado de tales datos”. En síntesis, “según la orientación del corazón, todo lo que está en manos del ser humano se convierte en una oportunidad o en un peligro”.
[1]Morandín-Ahuerma, F. (2022). What is Artificial Intelligence? Int. J. Res. Publ. Rev. (3)12, p. 1947-1951. DOI: 10.55248/gengpi.2022.31261.