UN APÓSTOL DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL
Luis Rolfo y Teófilo Pérez
(Entrega 34)
Un pacto y muchas dificultades
La realidad de la vida del P. Alberione, por cuanto se refiere a su fe, nos transporta a un clima espiritual al que ya no estamos acostumbrados; un clima, debemos reconocerlo, que no se podía perpetuar en la Congregación naciente, siendo posible tan sólo en cenáculos limitados de número. El estilo de vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén no duró mucho en el tiempo ni se comunicó tal cual, a otras comunidades, de igual modo que el franciscanismo de la primera hora no sobrevivió mucho al célebre “capítulo de las esteras”. Para captar lo que sucedía en la pequeña comunidad del P. Alberione, debemos partir de que él tiene un concepto netamente religioso de la misión que el Señor le ha confiado. Está seguro de que el Señor le ha manifestado su voluntad de que se consagre enteramente a la formación y a la dirección de los apóstoles de la prensa. Todas las demás formas de apostolado, comprendidas las tradicionales de la predicación oral y la enseñanza, son buenas para otros, pero permanecen en segundo plano para él y para todos los que con él se asocien. Su pensamiento es muy claro:
“1) Hoy es necesaria en la Iglesia la vocación a la prensa, una congregación para esta misión el mundo vive del periódico y la mala prensa es la causa de todos los males de la sociedad presente.
2) Esta vocación es nueva, flamante, no tiene precedentes, y por consiguiente debe ser creada enteramente por Dios, como creó en san Pablo la vocación para difundir la Iglesia perseguida por él.
3) Esta vocación la quiere crear Dios en estos tiempos; esto es posible, deseable, cierto, y hay entre nosotros quien se siente llamado: el sentirse llamado es el principio de esa creación.
4) Dios solo puede crearla; él puede crearla porque tiene en su mano el corazón de los hombres…”
Se trata de una vocación verdaderamente grande, que quienes lo escuchan no pueden entender totalmente. La comprenderán mejor con el paso de los años, cuando constaten los efectos. Pero puede decirles ya con gran seguridad:
“Si san Pablo viviera, él, todo fuego y ardiendo por hacer el bien, vendría a esta Casa: yo estoy seguro de ello. Aquí está el centro para hacer el bien hoy”
El oficio de maestro y de guía, en la práctica de esta vocación, le corresponde a él. Por tanto, si quieren asegurarse las bendiciones de Dios y avanzar con seguridad, «pónganse en mis manos, síganme incluso con las azadas; he podido cometer equivocaciones, pero la sustancia es acertada”.