Han pasado 50 años desde aquella noche en la que parecía que el tiempo se había detenido. Después de la emoción por la llegada repentina del papa Pablo VI, que había querido encontrarse con el Padre Alberione, teníamos el anuncio de la muerte de nuestro Fundador. Sabíamos que se estaba muriendo. Pero parecía imposible que muriera. Para nosotros estaba vivo. Seguía estando vivo. Se respiraba una atmósfera irreal. Era como si el tiempo se hubiera suspendido. Las palabras y los rostros no podían expresar lo que se sentía. El silencio cubría los discursos y las emociones. Luego, después de que el cuerpo había sido transportado a la cripta de la Reina de los Apóstoles, nos reunimos alrededor de nuestro padre, el Primer Maestro. Y los primeros comentarios empezaron a aflorar. “¡Ha muerto un santo!”. «¡Un santo!”. “¿Y ahora?”. “¡Pero está con nosotros!”. “¡Siempre estará cerca de nosotros!”. “¡Seguirá guiándonos desde el cielo!”.
Días después, el entierro en la subcripta de la Reina de los Apóstoles. Allí ha permanecido el Fundador, casi escondido, en la sencillez. Y sus hijos e hijas de la Familia Paulina retomaron su misión y su apostolado. Con el recuerdo de su Primer Maestro, uno de los hombres de Iglesia más dotados del siglo pasado. Personalidad polifacética. Mirada penetrante. Supo combinar la austeridad en el trato con la apertura a la modernidad; la estricta discreción con la audacia del emprendedor; el espíritu contemplativo y orante con el frenesí del activista; la tenacidad del investigador con la osadía del arquitecto. Exaltado por dos Papas: “¡Padre Alberione, ese sí que es un gran hombre!” (Juan XXIII); “¡Es un hombre que cuento entre las maravillas de nuestro siglo!” (Pablo VI). Un hombre demasiado adelantado a su tiempo, para muchos, pero siempre presente y a tiempo para Dios y para las personas a las que hay que hacer llegar el Evangelio.
Con su beatificación, en 2003, una nueva etapa y un nuevo despertar para la Familia Paulina. El cuerpo del Fundador se coloca en una urna transparente, a la vista de quienes le rezan, dialogan con él, encuentran inspiración en él.
El Beato Alberione está ahí para decirnos que la santidad es posible; que para ser santos basta ser uno con Dios. Pero también nos recuerda su vocación y misión en el mundo. La urna descansa sobre la representación de un tronco cortado, en el que se aprecian claramente los círculos que indican la vida vivida. El oro brilla, para simbolizar la riqueza y la plenitud de la vida. El tronco cortado, sin embargo, no significa muerte, el fin de todo. Y aquí, verticalmente, se elevan diez ramas: las diez instituciones que fundó. De estas ramas fluye un río de luz que, a través de la urna y el tronco sobre el que descansa, se derrama sobre el mundo. La obra del beato Alberione continúa: los diez institutos, iluminados por el Espíritu, anuncian a Cristo con los medios más rápidos y eficaces, “dando a todos el don la verdad”. “Que sus hijos e hijas espirituales mantengan inalterado el espíritu de los orígenes, para responder adecuadamente a las necesidades de la evangelización en el mundo de hoy”, dijo el papa Juan Pablo II en la homilía posterior a la beatificación.
El 1 de noviembre, un nuevo acontecimiento: el traslado de la urna del Beato Alberione a la Basílica y Santuario de Santa María Reina de los Apóstoles, para ser colocada en la capilla lateral dedicada a Jesús Maestro.
De lo cerrado, de lo privado, a lo abierto, a lo público. De lo escondido a la visibilidad. ¿Habría querido esto el Padre Alberione? Creo que sí. Pero no para él mismo. Para otros. Quien comunica debe necesariamente hablar. Y para hablar es necesario ser visible. ¿Y si esto fuera una señal para nosotros? ¿Una señal para la gente?
A los pies de Jesús Maestro, el Beato Alberione sigue comunicando. A la gente, la invitación a hablar de todo “cristianamente”. Como dice el papa Francisco: “Hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos” (Evangelii gaudium, 127). ¡Un corazón que ha encontrado a Dios, cree en Él, lo anuncia!
En efecto, el Padre Alberione afirmaba que “hay que escribir siempre cristianamente”. Y explicaba: “Esto es posible para todo escritor cristiano”. ¿Y para nosotros, los paulinos? No se contentaba con esto. Por eso añadía: “El apóstol, sin embargo, debe ir más allá. Tiene su misión específica: extender la obra de Dios en el tiempo y en el espacio”. Y explicaba: “El modelo es, pues, Dios. La Biblia es la larga carta que Dios dirige a los hombres para invitarlos al cielo”.
Es, en definitiva, la tarea de la evangelización, misión que se nos ha confiado a los paulinos. Pablo VI da una explicación: “Evangelizar, para la Iglesia, significa llevar la Buena Nueva a todos los segmentos de la humanidad y, con su influencia, transformar desde dentro, hacer nueva a la humanidad misma” (Evangelii nuntiandi, 18).
Y tenemos, entonces, al Beato Alberione a los pies de Jesús Maestro. En el retablo, Cristo está de pie sobre el mundo, mientras muestra la Palabra. El suyo es un anuncio con fuerza impulsiva y generosa, un anuncio de vida con palabras de fuego. Portador de salvación y vida.
En el libro que muestra está escrito: Ego sum Via et Veritas et Vita (“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”). Es la definición que Jesús dio de sí mismo (Jn 14, 6) y que el Padre Alberione asumió como núcleo de la espiritualidad paulina.
Jesús está de pie, con la actitud de quien está listo para la acción. Está en camino: es el Maestro, Camino, Verdad y Vida, que quiere llegar a todos. Para ayudarlo, en las pilastras laterales, los evangelistas, que nos han transmitido la verdad que el Maestro ha traído al mundo. En el frontal del altar, en bajorrelieve, se representa a Jesús enseñando. Él es el Maestro. De su boca los discípulos escuchan el Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas, el Padrenuestro, el discurso programático de la Nueva Ley.
¿Qué dice el Beato Santiago Alberione a quienes se le acercan? Intentemos escucharlo:
“Quisiera que todos tengan la oportunidad de conocer a Jesús y su Evangelio. Darles a conocer el amor que Dios tiene por ellos. Hay más de siete mil millones de personas en el mundo. Los cristianos superan los dos mil millones; de estos, los católicos son mil trescientos cincuenta millones. ¿Y todos los demás? ¡Ellos también necesitan saber que Dios los ama! Más de cinco mil millones de personas… Estamos presentes en 64 países. Demasiado poco. ¿Cómo llegar a todos y hacerles descubrir cuánto los ama Dios? Nuestro tiempo ha creado medios de comunicación extraordinarios… ¿Por qué no utilizarlos para dar voz al Evangelio?
San Pablo es un ejemplo. Si viviera hoy, seguiría ardiendo de celo por Dios y Jesucristo, y por las personas de todos los países; y para hacerse oír subiría a los púlpitos más altos y multiplicaría la Palabra de Dios con los medios del progreso actual. Hoy necesitamos apóstoles de la comunicación, yendo donde está el ser humano, con sus intereses, con sus problemas, con sus aspiraciones.
El mundo ha cambiado y también la forma en que nos comunicamos. La misión es… algo ‘para’. No se trata solo de adherir a Cristo Camino, Verdad y Vida: todos los cristianos deben hacerlo. El apostolado consiste en ser… para… dar… en ser Cristo hoy… para… comunicarlo la persona de hoy. Es la concretización de la vocación en los dos movimientos evangélicos: ‘Vengan a mí todos’, ‘Vayan y hagan discípulos a todos las gentes’. La ‘llamada’ no es un fin en sí misma. Tiene un propósito. Estamos llamados a anunciar, testificar y alabar a Dios”.
Nosotros, los paulinos, comenzamos con un “púlpito de papel”. Luego vinieron el cine, la radio, la televisión… Hoy el púlpito de papel es un púlpito que tiene que “navegar” en el vasto mar de internet y las redes telemáticas. Con los apóstoles paulinos en una misión en internet para anunciar el Evangelio.
Acercándonos una vez más al Beato Alberione, podemos percibir la síntesis de su vocación: “He consagrado todo y me consagrado completamente a Dios, por los demás. Todo: aquí está la gran palabra. ¡De este todo dependen nuestra santidad y nuestro apostolado!”.
Que nuestro Beato Fundador continúe velando por todos nosotros y que su intercesión siga sosteniéndonos en el ejercicio de nuestro apostolado.
Pbro. Gerardo Curto, ssp
Superior Provincial de Italia