PARA CONOCER AL BEATO SANTIAGO ALBERIONE

UN APÓSTOL DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL

Luis Rolfo y Teófilo Pérez

(Entrega 32)

Docilidad, preparación, unión

La intuición o carisma de poner los poderosos medios de comunicación al servicio del Evangelio, se apoyaba en una indestructible convicción del fundador: cada cosa ha de ser querida por Dios, y solo ésa debe realizarse. Lo importante es no poner obstáculos con el pecado y la falta de fe:

“Se logrará mucho bien, si cada cual cumple su deber; y lo hará si se forma. La Casa está destinada a formaros. Se formará la mente con la instrucción… Pero más que nada se buscará la formación del corazón: la tempestad se desencadenará y será furiosa, ¿cuántas víctimas producirá en los jóvenes de poco carácter, de poca formación moral! Nosotros seremos sacerdotes sin hábito (tampoco las hijas llevarán hábito), o simples doctores: no nos tocará solamente estar en la iglesia… Con la buena formación moral, si somos santos y nos mantenemos firmes en la fe, nuestras páginas inspirarán santidad y haremos santos a los demás; de otro modo, aun suponiendo que no caigamos, no haremos más que tonterías y seremos hombres flojos como fardos. Para plasmarnos un carácter de este tipo, es menester que recemos con toda la buena voluntad; todos estamos en el tajo: que nadie se de arrastrar, es preferible que se salga. Otra cosa: que todos estemos bien unidos con la mente y el corazón al Señor Teólogo y entre nosotros, porque la unión hace la fuerza; que nos pongamos completamente en sus manos y no tengamos otra voluntad que la suya…, perfecta sinceridad, total, confiada; tomar todo el espíritu que él nos comunica”. Sesenta años después de que el P. Alberione transmitiese estos pensamientos a su minúsculo grupillo de dóciles oyentes, y con los inevitables recortes que el tiempo aporta a cualquier plan, dos elementos descuellan netamente: El primero, el más original, es el propósito de crear a horcajadas entre la posición tradicional y un apostolado de vanguardia, arriesgado, batallador: religiosos que vistan como laicos y ejerzan su misión en medio de éstos. Ciertamente no es que este proyecto primitivo sea el genuino y definitivo del P. Alberione (muchas cosas las fue remodelando sobre la marcha, y no sólo por las fuertes constricciones jurídicas), pero sí señala un claro punto de arranque y de referencia para conocer la evolución del pensamiento alberoniano.

El segundo elemento es la insistencia, casi exasperante se nos antojaría hoy, en la necesidad de estar unidos al fundador, de abandonarse a sus manos. Aparte de los riesgos que entraña el entregarse a un solo hombre (centralismo avasallador, primero, y luego esterilidad cuando la inventiva del líder decae), este planteamiento viene a subrayar la urgencia de “organizarse”, tan sentida siempre por el P. Alberione.

(Continuará).

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Cooperador Paulino
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