El mes de marzo inicia casi simultáneamente con el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Es una nueva ocasión que nos regala el Señor para infundirle renovado impulso a nuestro camino de continua conversión, propia de nuestra vida cristiana y de nuestra espiritualidad paulina. En efecto, “Tengan el dolor de los pecados”, o su interpretación equivalente: “Caminen en continua conversión”, es el acuciante apelo que encontramos en todas las capillas y templos de nuestra Familia Paulina, según el legado carismático recibido del Maestro Divino, a través de nuestro Beato Fundador.
Ese es también el programa de vida que nos formula la liturgia de la Palabra del Miércoles de Ceniza, con el que iniciamos la caminata cuaresmal: el profeta Joel, de parte de Dios, nos interpela con sus incisivos imperativos: “Conviértanse a mí de todo corazón”, “rasguen sus corazones y no sus vestidos”, “conviértanse al Señor su Dios”, y sustenta su invitación con una feliz constatación: el Señor “es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad”. A estos reclamos y exhortaciones, se suman los del apóstol Pablo en la segunda lectura, que nos pide con insistencia que nos reconciliemos con Dios, recordando que Él no se reservó nada, ni siquiera su propio Hijo, sino que lo convirtió en expiación por nuestros pecados.
Este tiempo de cuaresma es el tiempo propicio de conversión y de salvación. No desaprovechemos esta nueva y providencial oportunidad para regresar de todo corazón al Señor como valor absoluto y fundamental de nuestra existencia. No echemos en saco roto tanta gracia de Dios que se nos brinda para nuestro bien. Sacudamos de nuestra vida cualquier rastro de mediocridad o frivolidad, de “mundanidad espiritual”, de egoísmos y envidias, soberbias y prepotencias, maledicencia y murmuraciones; erradiquemos del corazón aquellas faltas contra la caridad o la justicia, contra la verdad y la fidelidad. Así será posible reconciliarnos con Dios, con nuestros semejantes y nuestro entorno, y con nosotros mismos, a lo cual nos estimula el evangelio de Mateo, cuando nos propone los signos penitenciales de la oración, la limosna y el ayuno.
Que nuestras preces confiadas de este tiempo fuerte de preparación a la Pascua, sean las que nos inspiran los textos sagrados: “¡Perdona, Señor a tu pueblo!”, “¡Misericordia, Dios mío, por tu bondad!”, “¡Por tu inmensa compasión borra mi culpa!”, “¡Lava del todo mi delito, limpia mi pecado!”, “¡Crea en mí un corazón puro!”, “¡Renuévame por dentro con espíritu firme!”, “¡No me quites tu santo Espíritu!”, “¡Devuélveme la alegría de tu salvación!” (cf. Sal 50/51).
P. Danilo Medina L., ssp,
superior provincial