“Ha muerto un santo”, se comentaba ese día 26 de noviembre de 1971. Durante todo ese día pasamos todos frente a su lecho de enfermo a despedirnos del Fundador. El Papa Pablo VI hacia las cuatro de la tarde llegó también para visitar al P. Alberione; arrodillado frente a su lecho oró por un rato y luego del saludo general regresó al Vaticano.
Por esos años los cursos de teología se hacían enRoma en el Teologado Internacional Paulino en la sede de Via Alessandro Severo, 56; yo, en el año 1971 ya me encontraba cursando el segundo año.
En septiembre de 1968 nos habíamos presentado ante el Fundador para saludarlo y recibir su bendición a los recién llegados de Colombia, el P. Jorge Melo B. y yo. Sabíamos que el P. Alberione estaba casi siempre en casa, participamos en alguna Eucaristía presidida por él en la Cripta de la basílica menor y santuario María Reina de los Apóstoles, con la emoción de escuchar su homilía y ver su fervor en la celebración. Otras veces solo lo veíamos salir y llegar en su vehículo con el hermano Silvano De Blasio y el P. Antonio Speciale, su secretario particular. En una ocasión nos dio su bendición desde la ventana de su oficina. También poco a poco nos enriquecía el encuentro con integrantes de la familia paulina, sobre todo en las festividades paulinas, y con el testimonio de nuestros mayores, italianos o extranjeros. Conducíamos una intensa vida, como nos caracterizamos, de estudio, apostolado y oración. Teníamos una avidez por conocer la cultura romana de las diferentes épocas como se pueden apreciar en los museos, iglesias, parques, plazas y monumentos varios, que los domingos en la tarde eran un objetivo nuestro.
Una gran experiencia fue la que tuvimos el 28 de junio de 1969:el padre Alberione fue recibido en audiencia por el Papa Pablo VI, acompañado por los participantes al segundo Capítulo General y de una grande representación de la Familia Paulina.Estaba presente, cerca al P. Alberione, el doctor Pierfrancesco Bussetti, su médico particular. En esta ocasión el Papa confirió al Fundador la cruz «Pro Ecclesia et Pontifice». Así se expresaba Pablo VI ese día, en resumen: «Mírenlo ahí humilde, silencioso, incansable, recogido en sus pensamientos, que van de la oración a las obras, siempre atento a interpretar los signos de los tiempos. El padre Alberione ha dado a la Iglesia nuevos instrumentos para expresarse, nuevos medios para dar vigor y amplitud a su apostolado… Deja que el Papa, a nombre de toda la Iglesia, exprese su gratitud.». Algunos comentaban que con estas palabras, el Papa, hoy san Pablo VI, lo declaraba como ya santo en vida.
Dos años más tarde, el viernes 26 de noviembre de 1971, ante la gravedad de la salud del P. Alberione, todos los integrantes de la comunidad de Roma pasamos a despedirnos delante del Fundador; él estaba asistido por la hermanas y enfermeras Pías Discípulas Giuditta Benso y Fidelis Ferrini; por la tarde, hacia las cuatro, el Papa Pablo VI visita al Padre Alberione. El Papa ora arrodillado delante del lecho del Fundador. A las 18,26 del mismo día el padre Alberione termina su existencia terrena. Las últimas palabras que ha dejado como testamento espiritual a sus hijos e hijas son una invitación a la esperanza: «¡Muero… rezo por todos, Paraíso!».
Al día siguiente el cuerpo del P. Alberione se colocó, en la cripta del Santuario Reina de los Apóstoles, sin ataúd, revestido con los ornamentos y con la Biblia abierta de cabecera, como había sido su deseo, para ser venerado por todos los que fueron llegando de la ciudad, de Italia y poco a poco de todo el mundo. De Colombia fue enviado como representante el P. Atilio Cendrón, quien trajo como homenaje un ramo de orquídeas.
Se fueron celebrando las Eucaristías con diferentes grupos como se iba organizando. A los cinco días de visitas, misas y sufragios, el 30 de noviembre se realizó la solemne eucaristía del funeral en la Cripta del Santuario Reina de los Apóstoles presidida por el P. Luigi Zanoni, superior general, y concelebrada por más de 170, entre cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes, luego se trasladaron sus restos, en procesión por las calles hasta el Santuario, donde permaneció hasta el día siguiente cuando fue trasladado a la soto cripta del Santuario.
Toda la Familia Paulina, conmocionados y llenos de esperanza comenzamos un nuevo periodo de vida paulina: “recibir el carisma paulino y vivirlo en la realidad actual”. En las homilías y conversaciones el compromiso era: “el P. Alberione nos ha dejado una gran herencia que debemos hacerla prosperar”, se nos reclamaba a una “fidelidad dinámica, a partir de las personas, de su mentalidad y de su formación continua”. Quedamos marcados para siempre por esta experiencia tan cercana de un santo para el tiempo presente.