UN APÓSTOL DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL
Por un impulso instintivo o por un propósito explícito, empezó a observar con mayor atención el modelo representado por su maestro de filosofía, que se había convertido también en su director espiritual. Y la admiración que experimentaba por él le llevó a imitarlo incluso en sus actitudes exteriores hasta el punto de hacerse casi un sosia, si la estatura diversa y el diverso temperamento no hubieran puesto límites bien determinados.
Una confianza cada vez mayor de poder llegar al sacerdocio sin demasiados obstáculos, le permitió volver a examinar más serenamente los pensamientos que habían cruzado por su mente en la famosa noche y que iban desarrollándose por un proceso natural, como la semilla de que habla el Evangelio.
Se sentía con una misión y se iba preparando a ella, siguiendo con gran empeño los programas de clase, pero procurando, al mismo tiempo, conocer mejor la sociedad en la que estaría como protagonista, ampliando sus conocimientos históricos. Es significativo que entre todos los libros leídos en el período de los estudios y en los primeros años de sacerdocio, recuerde en primer lugar los textos de historia civil y eclesiástica de Cantú, Rohrbacher y Hergenöther (en la primera edición italiana cuidada por el jovencísimo P. Enrique Rosa). Estas obras eran para él más bien textos de estudio que de lectura.
Con el tiempo, el estudio de la historia en general se extendió al de “las literaturas, el arte, la guerra, la navegación, la música en especial, el derecho, las religiones y la filosofía”. La pasión por la lectura, que cultivaba desde los primeros cursos elementales, empezó a ser disciplinada y canalizada hacia un objetivo bien preciso.