Los Cooperadores paulinos se santifican en la forma particular que deriva de su inserción en las realidades temporales, en lo cotidiano de la vida familiar, profesional, social y eclesial.
“Los fieles laicos están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifestó a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad” (LG 31; cf. también ChL 15). Los Cooperadores paulinos se comprometen a dar al mundo “una mentalidad cristiana, que luego, genere… vida cristiana, legislación cristiana… y todo lo que pueda asegurar una vida espiritual para las almas y una vida cristiana para la sociedad” (FSP58, p. 436).
Los Cooperadores paulinos, en el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas, se comprometen a vivir el Evangelio en compañía de la humanidad de hoy. El camino de santidad esta caracterizado por una vida según el Espíritu como respuesta libre, personal y consciente al amor recibido. Esta vida según el espíritu se manifiesta:
- En la pobreza evangélica, tal como la define Alberione, con los criterios de sobriedad, laboriosidad y participación a la luz del bien común.
- en la misericordia como apertura y caridad pastoral.
- En la pureza de corazón, mente, voluntad y comportamiento.
- En la justicia, para construir un mundo más fraterno que reconoce y promueve los derechos de todos, especialmente de los más débiles.
- En ser artesanos de comunión y de paz en un mundo agitado y destrozado por la violencia y por las diferencias sociales.
- En ser personas de comunicación, de buenas relaciones para tender puentes en una humanidad multicultural y multiétnica.
Siguiendo el ejemplo de san Pablo apóstol, el Cooperador paulino esta llamado a vivir y testimoniar con valentía y alegría la fe en Cristo crucificado y resucitado: No temais, “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20).