PARA CONOCER AL BEATO SANTIAGO ALBERIONE

Hacia el altar En el momento en que comienza el estudio de la teología dogmática y de la sagrada Escritura, el joven Alberione, con sus dieciocho años, cesa prácticamente de ser muchacho, en el sentido de que tanto su comportamiento exterior como sus pensamientos y conversaciones ya son los del hombre maduro que se ha trazado una regla de vida, ha elegido su camino y lo recorre tenazmente y sin vacilaciones.

UN APÓSTOL DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL

Luis Rolfo y Teófilo Pérez

Sus superiores, que lo han seguido con mucha atención, han podido notar que obra sólo por convicción y espíritu de disciplina. Por eso han renunciado a toda desconfianza a su respecto y ya han determinado que vestirá el hábito clerical el 8 de diciembre de 1902. También sus compañeros han empezado a admirarlo sinceramente, porque han visto en él una madurez no común, unida a una profunda modestia. Así las cosas, el recuerdo que el P. Alberione conserva del seminario, a distancia de casi medio siglo, es verdaderamente lisonjero: subraya que la espiritualidad era simple, profunda, laboriosa; los superiores, los confesores y el director espiritual eran personas de gran virtud, celo y experiencia; el ambiente era familiar; los estudios, muy serios, aunque no de primerísimo orden cualitativo, y sus compañeros eran edificantes. La vida espiritual era alimentada por una abundante predicación, por meditaciones y lecturas espirituales, y se inspiraba de manera particular (¡lo traía el tiempo!) en el clásico libito La imitación de Cristo, que todos leían, releían hasta citaban a menudo de memoria, y en las escuelas de san Francisco de Sales y de san Alfonso María de Ligorio.

Naturalmente, se hablaba también mucho de san Juan Bosco y del santo Cottolengo, ambos sin canonizar aún, pero muy conocidos por su vida y por sus obras. En la práctica, ellos eran los mejores modelos de amor a los jóvenes y a los desheredados de la fortuna, y se los recordaba con evidente predilección por estar más cerca en el tiempo y en el espacio. Benito Cottolengo, en particular, había ejercido el ministerio sacerdotal en una parroquia muy cercana a Alba, antes de trasladarse definitivamente a Turín para fundar su “Pequeña Casas”.

En el seminario se estaba introduciendo el uso de la comunión diaria, y Santiago fue sin duda de los primeros que la practicaron, como ya hemos apuntado, pues acostumbraba a comulgar más a menudo que sus compañeros en el seminario de Bra.

En aquel ambiente todo contribuía a formar las profundas convicciones que los superiores exigían. Es- tos no estaban preocupados por la necesidad de nuevos reclutas, que siempre eran muy numerosos; y También por esto propendían a alejar sin demasiados cumplidos a quienes no demostrasen suficiente solidez de carácter para convertirse en prudentes pastores de almas.

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Cooperador Paulino
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