
El día que Santiago escucho la primera lección de filosofía al canónigo Chiesa, la tempestad que se había desencadenado en su alma no se había calmado aún del todo.
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Nuestro seminarista estudió todas las materias de segundo, tercero y cuarto curso de bachillerato con discreto éxito, edificando a sus compañeros y abriendo el corazón de sus superiores eclesiásticos a las más rosadas esperanzas acerca de su futuro sacerdotal
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Debían ser para él tiempos de largas lecturas los tres meses de vacaciones que transcurría cada año en su casa.
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En los estudios, por lo general, Santiago se defendía bien, pero sin sobresalir hasta el punto de llamar la atención de sus compañeros o profesores.
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