La propiedad del periódico
En efecto, menos de cuatro meses después de aquel acuerdo, el 18 de febrero de 1914, la Asociación de la Buena Prensa, representada por cinco sacerdotes, firmaba un “convenio” preparado por el P. Alberione, mediante el cual se le vendía a éste la «propiedad de la “Gaceta de Alba”, dejándole al mismo tiempo la libre administración y la dirección del periódico». Por su parte, el P. Santiago se comprometía:
1) a aceptar «los consejos y las observaciones que la Asociación de la Buena Prensa estimara oportuno hacer acerca de la marcha y de la dirección del periódico»; 2) a no venderlo sin antes haber consultado a la misma Asociación, cediéndoselo a ésta, en el caso de que ella estimara oportuno readquirirlo en las condiciones ofrecidas por otros; 3) a disponer que en caso de muerte del propietario, el periódico “pasara a una persona designada por él de común acuerdo con el obispo de Alba”; 4) a pagar en el plazo de dos años las deudas del periódico. En caso de morir antes de la total extinción de esas deudas, y supuesto que la persona designada no quisiera aceptar el peso de la deuda restante, la «Gaceta» pasaría de nuevo a ser propiedad de la Asociación de la Buena Prensa “en el estado financiero en que se encuentre en ese tiempo”.
Para la Asociación de la Buena Prensa, la venta del periódico era uno de esos «negocios» que no se hacen todos los días: los liberaba de una deuda de tres mil liras, que pronto ascendería a cuatro mil por la quiebra de un cierto señor que se ocupaba de la publicidad; ahorraba las doscientas liras anuales que había convenido entregar al director responsable, y conservaba intactas, para sí y para la diócesis, las ventajas por las que el periódico había sido fundado y sostenido a base de notables sacrificios.
Para el P. Alberione el sacrificio económico que se imponía, y no era pequeño, quedaba compensado por el nuevo paso que la propiedad del periódico le permitía dar en el camino que se había trazado para la realización de sus planes. Otros pasos los daría muy pronto. Ahora que ya era propietario del periódico, nadie se extrañaría de que decidiera imprimirlo por su cuenta, y que en consecuencia comprara una imprenta. Informó de este plan a monseñor Re, a quien se presentó el 13 de julio para manifestarle su intención de formar buenos y celosos propagandistas que trabajasen en la prensa, en las conferencias y en las obras católicas (3). Para alcanzar este fin, era indispensable tener una imprenta, que él compraría si el obispo se lo permitía, por supuesto.
Es claro que el señor obispo no se mostró muy entusiasta de esta nueva iniciativa, pero tampoco se opuso. Y el P. Alberione, impaciente por llevar a efecto los planes que le hervían en la cabeza, alquiló un local el 24 de julio, y dos días después compró las primeras máquinas de imprenta (una plana “Marinoni” y una minerva “Ideal”), así como el mobiliario indispensable de la casa. En resumidas cuentas, se gastó dieciséis mil liras, pagando quince mil con ofertas de “buenas personas” y con la apresurada venta de la herencia que le había tocado de su padrino, muerto aquella primavera.
En aquel modestísimo local nació la Pía Sociedad de San Pablo con el nombre de Escuela Tipográfica Pequeño Obrero, nombre abreviado habitualmente en el de Escuela Tipográfica. La fecha de nacimiento se fija, por tradición, el día 20 de agosto, fiesta de san Bernardo y día en que murió Pío X. Pero en realidad, el 20 de agosto el P. Alberione estaba todavía solo con sus proyectos. Hasta la tarde del sábado 22 no recibió en su «casa» al primer muchacho, Desiderio Costa; a la mañana siguiente se les unió Torcuata Armani, y el lunes 24 se presentó en el seminario el veinteañero Juan Bautista Marocco, a quien el P. Alberione había contratado como maestro tipográfico con un buen salario, entonces, de 120 liras mensuales. Con este joven se dirigió el P. Alberione a su «casa», donde le esperaban los otros dos muchachos, bendijo el local y la maquinaria e inauguró así su Escuela Tipográfica, abandonándose a la misericordia de Dios y no menos a la buena voluntad y escasa habilidad de sus jovencísimos amigos.
En el mismo edificio de la tipografía, los jóvenes tenían cocina, comedor y dormitorio; pero no había una habitación para el novel fundador, que seguía yendo a dormir al seminario; cuando no podía ir, descansaba en un diván. El primer trabajo impreso en la nueva tipografía fue el Catecismo de Pío X.
(Continuará)