PARA CONOCER AL BEATO SANTIAGO ALBERIONE – UN APÓSTOL DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL (8ª ENTREGA)

Habiendo orientado su vida hacia el sacerdocio, es lógico que Santiago fuera muy sensible al pensamiento de las misiones, que observase con curiosidad a los primeros misioneros que pasaban por su parroquia, y que escuchase con gran atención los primeros sermones oídos acerca de las misiones, probablemente en la Epifanía de 1892.

Primera comunión y confirmación 

Por esta nueva orientación, debió hacerse evidente en Santiago la precoz madurez a que lo predisponía su temperamento. Lo notaron fácilmente sus maestros y su párroco, que de común acuerdo decidieron admitirle a la primera comunión cuando tenía quizá ocho o nueve años (5), aplicando anticipadamente las disposiciones que daría más tarde Pio X. De este acontecimiento tan importante para la vida de cualquier cristiano, y de modo especial para la vida del P. Alberione, que siempre recibió de la Eucaristía “luz, alimento y consuelo” ignoramos no solo’ la fecha sino incluso el ano. Solamente sabemos que se celebro en la iglesia parroquial de San Martín de Cherasco y que la decisión de admitir a Santiago a la comunión antes que a sus compañeros la tomó el párroco, don Juan Bautista Montersino.

Acerca de su confirmación si disponemos de alguna noticia más: la recibió en la misma iglesia de San Martín, junto con su hermano Francisco, el 15 de noviembre de 1893, durante la visita pastoral de monseñor Francisco Re, obispo de Alba.

Las misiones

Habiendo orientado su vida hacia el sacerdocio, es lógico que Santiago fuera muy sensible al pensamiento de las misiones, que observase con curiosidad a los primeros misioneros que pasaban por su parroquia, y que escuchase con gran atención los primeros sermones oídos acerca de las misiones, probablemente en la Epifanía de 1892. Fue por entonces, al frisar con los ocho años, cuando “conoció y le animaron a abrazar la Obra de la Santa Infancia, que todos los años se celebraba por la Epifanía con colectas y oraciones entre los niños”.

No es improbable que aquellas primeras noticias acerca del problema de las misiones exaltaran su entusiasmo juvenil y sonara con hacerse misionero, pues este apostolado era la forma más aventurera y audaz del sacerdocio que Santiago conocía hasta entonces. En el pecho de aquel chiquillo palpitaba ya el corazón que haría de él, diez años más tarde, joven clérigo y sacerdote, un Don Quijote de Dios, un sacerdote-caballero chiflado por servir a Dios con una serie ininterrumpida de «empresas» audaces y hasta temerarias, no confiando en la velocidad de su «Rocinante» o en la fuerza de su brazo, sino en la luz y en el valor que recibía del sagrario.

Mientras tanto, prosiguió sus estudios con buenos resultados: Santiago aprobó siempre a la primera todos los cursos, y al finalizar el tercer grado elemental obtuvo el número uno entre los alumnos de su clase. Corrió a su casa para anunciar jubilosamente a su madre: “¡Me han aprobado!” Pero no se atrevió a decir en seguida que había prometido encender una vela a la Virgen de las Flores. Un poco más tarde, cuando decidió revelar el pequeño secreto, la buena Teresa le reprendió por no habérselo dicho inmediatamente, y al mismo tiempo le advirtió:

—Hay que ir despacio a la hora de prometer; pero cuando se ha hecho una promesa, es necesario cumplirla con generosidad. Así que no enciendas una vela pequeña.

Y le entregó al punto una moneda más que suficiente para pagar una de las velas más grandes que se solían ofrecer.

Entre los estudiantes de aquel tiempo, especialmente entre los campesinos, muchísimos se paraban en el tercer curso elemental, y casi todos los demás llegaban solamente al cuarto. Santiago fue sin duda el primero de los Alberione que pidió y consiguió frecuentar también el primero de bachillerato. Y su padre no se lo habría permitido, si no hubiera sabido que el chiquillo estaba firmemente decidido a continuar los estudios y que era capaz de ello. De momento, pues, seguiría.

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Cooperador Paulino
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